Wallace Stevens. Sunday Morning. 3.
3
Jove in the clouds had his inhuman birth.
No mother suckled him, no sweet land gave
Large-mannered motions to his mythy mind.
He moved among us, as a muttering king,
Magnificent, would move among his kinds,
Until our blood, commingling, virginal,
With heaven, brought such requital to desire
The very hinds discerned it, in a star.
Shall our blood fail? Or shall it come to be
The blood of paradise? And shall the earth
Seem all of paradise that we shall know?
The sky will be much friendlier then than now,
A part of labor and a part of pain,
And next in glory to enduring love,
Not this dividing and indifferent blue.
3
Iove en las nubes tiene su nacimiento inhumano.
No hubo madre que lo amamantara ni tierra
dulce que diera a movimiento de grandes modos
a su mítica mente. Él se movía entre nosotros
como un rey mudo, magnífico, se movería entre sus pares
hasta que nuestra sangre, venidera, virginal,
con el cielo, trajera semejante requisito para desear
los mismos momentos que discierne en una estrella.
¿Fallará nuestra sangre? ¿O llegará a ser
la sangre del paraíso? ¿Y será semejante la tierra
a todo el paraiso que conoceremos?
El cielo será más amigable entonces que ahora,
en parte trabajo, en parte pena,
y lo siguiente en gloria para soportar el amor,
no este azul indiferente que divide.
Jove in the clouds had his inhuman birth.
No mother suckled him, no sweet land gave
Large-mannered motions to his mythy mind.
He moved among us, as a muttering king,
Magnificent, would move among his kinds,
Until our blood, commingling, virginal,
With heaven, brought such requital to desire
The very hinds discerned it, in a star.
Shall our blood fail? Or shall it come to be
The blood of paradise? And shall the earth
Seem all of paradise that we shall know?
The sky will be much friendlier then than now,
A part of labor and a part of pain,
And next in glory to enduring love,
Not this dividing and indifferent blue.
3
Iove en las nubes tiene su nacimiento inhumano.
No hubo madre que lo amamantara ni tierra
dulce que diera a movimiento de grandes modos
a su mítica mente. Él se movía entre nosotros
como un rey mudo, magnífico, se movería entre sus pares
hasta que nuestra sangre, venidera, virginal,
con el cielo, trajera semejante requisito para desear
los mismos momentos que discierne en una estrella.
¿Fallará nuestra sangre? ¿O llegará a ser
la sangre del paraíso? ¿Y será semejante la tierra
a todo el paraiso que conoceremos?
El cielo será más amigable entonces que ahora,
en parte trabajo, en parte pena,
y lo siguiente en gloria para soportar el amor,
no este azul indiferente que divide.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home